Normal
En Nanchital, mi pasatiempo normal era entretenerme rascándome los piquetes de zancudos.
Con ese mismo humor ácido que nos caracteriza a los mexicanos cuando miramos nuestra realidad, Juan Pablo Villalobos nos presenta una historia que bien podría transcurrir en cualquier rincón de nuestro México surrealista.
Si viviéramos en un lugar normal (2012) Juan Pablo Villalobos
Juan Pablo Villalobos nació en Guadalajara en 1973 y ha ganado el importantísimo Premio Herralde con No voy a pedirle a nadie que me crea y así como si nada, como quien platica en una mesa del mercado de Nanchital, entre el aroma de bollitos de elote, carne pasada y el ruido de los camiones, Villalobos narra la historia con tremenda economía lingüística, o sea con güeva, en cachitos pues, pero bien chingón.
Orestes está atrapado entre el chantaje maternal quesadillesco y la adolescencia —la etapa suprema del egoísmo— y su familia se ve envuelta en el absurdo teatro de la política mexicana. La trama, zangolotea como siete cueros con sal y nos muestra cómo la corrupción y el poder transforman la vida cotidiana en un espectáculo grotesco, donde a cada pinche victoria obtenida en la vida le sigue un cataclismo cabroncísimo.
En nuestro pueblo, Pemex marca el son al que bailamos y en la novela de Villalobos las estructuras de poder determinan el destino de sus habitantes. La diferencia es que mientras en Nanchital el olor a azufre y químicos culeros es real, en la novela el hedor de la corrupción es metafórico, aunque no menos asfixiante.
El protagonista y su familia me recuerdan a esas tardes donde se entrelazan el calor, la humedad y las promesas nunca cumplidas. La novela retrata esa misma dinámica: un México donde lo normal se ha vuelto extraordinario y lo extraordinario, cotidiano, donde la normalidad misma se ha convertido en un concepto tan elástico como las promesas de campaña de cualquier político.
La ironía mordaz del título "Si viviéramos en un lugar normal" resuena especialmente si pensamos en el sureste mexicano: una región que vive de la industria petrolera pero donde muchos habitantes apenas pueden pagar la gasolina, y aunque nos digan que los ricos también lloran, yo siempre los he visto muy cómodos en la exclusividad de su torre de marfil.
El lenguaje desenfadado y el humor negro que emplea el autor son como esas conversaciones que uno escucha en las fondas, donde la risa es la mejor defensa contra la realidad y no queda mas que adaptarse a vivir en un lugar que dejó de ser normal hace mucho tiempo.
Un recuerdo constante que, tanto en la ficción como en lugares reales como Nanchital, la normalidad es un espejismo que se desvanece entre la bruma de la petroquímica, dejándonos solo con nuestro sentido del humor y la esperanza de que algún día, tal vez, todo sea un poco más normal.
Con ese mismo humor ácido que nos caracteriza a los mexicanos cuando miramos nuestra realidad, Juan Pablo Villalobos nos presenta una historia que bien podría transcurrir en cualquier rincón de nuestro México surrealista.
Si viviéramos en un lugar normal (2012) Juan Pablo Villalobos
Juan Pablo Villalobos nació en Guadalajara en 1973 y ha ganado el importantísimo Premio Herralde con No voy a pedirle a nadie que me crea y así como si nada, como quien platica en una mesa del mercado de Nanchital, entre el aroma de bollitos de elote, carne pasada y el ruido de los camiones, Villalobos narra la historia con tremenda economía lingüística, o sea con güeva, en cachitos pues, pero bien chingón.
Orestes está atrapado entre el chantaje maternal quesadillesco y la adolescencia —la etapa suprema del egoísmo— y su familia se ve envuelta en el absurdo teatro de la política mexicana. La trama, zangolotea como siete cueros con sal y nos muestra cómo la corrupción y el poder transforman la vida cotidiana en un espectáculo grotesco, donde a cada pinche victoria obtenida en la vida le sigue un cataclismo cabroncísimo.
En nuestro pueblo, Pemex marca el son al que bailamos y en la novela de Villalobos las estructuras de poder determinan el destino de sus habitantes. La diferencia es que mientras en Nanchital el olor a azufre y químicos culeros es real, en la novela el hedor de la corrupción es metafórico, aunque no menos asfixiante.
El protagonista y su familia me recuerdan a esas tardes donde se entrelazan el calor, la humedad y las promesas nunca cumplidas. La novela retrata esa misma dinámica: un México donde lo normal se ha vuelto extraordinario y lo extraordinario, cotidiano, donde la normalidad misma se ha convertido en un concepto tan elástico como las promesas de campaña de cualquier político.
La ironía mordaz del título "Si viviéramos en un lugar normal" resuena especialmente si pensamos en el sureste mexicano: una región que vive de la industria petrolera pero donde muchos habitantes apenas pueden pagar la gasolina, y aunque nos digan que los ricos también lloran, yo siempre los he visto muy cómodos en la exclusividad de su torre de marfil.
El lenguaje desenfadado y el humor negro que emplea el autor son como esas conversaciones que uno escucha en las fondas, donde la risa es la mejor defensa contra la realidad y no queda mas que adaptarse a vivir en un lugar que dejó de ser normal hace mucho tiempo.
Un recuerdo constante que, tanto en la ficción como en lugares reales como Nanchital, la normalidad es un espejismo que se desvanece entre la bruma de la petroquímica, dejándonos solo con nuestro sentido del humor y la esperanza de que algún día, tal vez, todo sea un poco más normal.
Que estamos condenados a repetir cada día el programa de actos que garantiza la mayor eficacia económica y que teniendo pan y circo we don't need no education…all in all we’re just another brick in the wall… ¿o quizás no?
Algo cierto entre lo real y lo irreal jeje
ResponderBorrarRisa nerviosa...no queda de otra!
ResponderBorrarY cada día se normaliza no anormal . Como siempre disfruto leerte
ResponderBorrarYa esta super normalizado, gracias por leer el blog
BorrarEntre la historia y la poesia..gracias por Nanchital..
ResponderBorrarComo Pablo Larios Iwasaki: De lo sublime a lo trágico.
BorrarTriste pero real Después de 1 sexenio Pemex debe más de lo que produce , nos prometieron en boca una refinería de 10 pesos y está costando más de 100 pesos sin aún refinar un barril.
ResponderBorrarWilly Alarcón
El sol no se puede tapar con un dedo, y menos si es el mismo con el que nos dan atole.
BorrarCon estos tiempos y corrientes ideológicas desbordadas, la comunidad en general se pregunta: a qué le debemos llamar “normal” sin que resulte en una ofensa o tema de revolución para grupos sociales manipulados por las redes sociales.
ResponderBorrarExacto, todo mundo tomandose el culei koolaid
BorrarNormalizamos lo que sucede a nuestro alrededor, es como la metáfora de la rana hervida, se adapta al cambio de temperatura del agua pero lo encuentra tan normal que se adapta y no salta fuera de la olla sin percibir que está siendo hervida
ResponderBorrarO como dice Chico Che:
BorrarAhora les voy a contar
Como es que el sapo se mata
El solito sin querer
Un dia salta y se ensarta
Nunca deja de saltar
Pasa la vida saltando
Salta que salta que salta
Y solo se acaba ensartando.
Que culpa tiene la estaca
Si el sapo salta y se ensarta
Si el sapo salta y se ensarta
La culpa no es de la estaca.
Siempre buenas historias, tengo que ir a Nanchital a conocerlo, tantas veces refieres, que me genera curiosidad. Entre la verdad y la mentira. Crecemos con historias que se convierten en dogmáticas, depende de nosotros ahora dar un voto de verdad.
ResponderBorrarGracias por leer el blog/textos, bienvenido como turista en mi pueblo! hasta donde me acuerdo solo hay un hotel y aunque no hay mucho que hacer la comida es muy buena eso sí.
BorrarNanchital es especial para mí porque guardo muchos recuerdos personales, seguro para la mayoría no es tan interesante, ya que no tienen las conexiones emocionales que yo tengo con el lugar.